Barcelona es una ciudad increíble, uno puede pasarse la vida caminando sus callecitas y tomando litros de café y cerveza en bares y sospecho que jamás terminaría de recorrerla. Sospecho también, que la Barcelona bohemia que a todos encanta, no era la misma que habitaban los que con algo de sangre la construyeron.
Resulta que por aquel entonces, la Iglesia católica mandaba creer. Y como somos todos iguales, pero algunos se parecen más, a todos mandaba cree aunque solo algunos tenían prioridad para entrar a la iglesia. Y los que no la tenían, a escuchar la misa de afuera.
Hay que tener cuidado con lo que se prohíbe.
Cansados de ejercer la fe cristiana de pié y al sol, los habitantes del puerto y de la ribera unieron esfuerzos para construir su propia iglesia. Si vamos a rezar, que sea como Dios manda. Y parece que Dios mandó, porque la Basílica de Santa María del Mar sigue en pié.
Y tampoco es que se la hicieron fácil. Soportó un terremoto y un incendio, cortesía de comunistas y anarquistas (combinación interesante) que en 1936 tuvieron la firme intención de acabar con uno de los iconos de la fe católica, y con media Barcelona.
Las piedras que utilizaron para construirla, fueron llevadas por los mismos habitantes desde las canteras de Montjuïc y desde la playa hasta la Plaza del Borne. El diseño extremadamente simple no tiene adornos en oro ni más alarde que su propia existencia.
El estilo simple no solo sorprende a los que ahora nos acercamos a verla. Un loco, un genio loco llamado Antoni Gaudí se basó en esa simpleza para diseñar su obra maestra, la Sagrada Familia. Menos es más, nos decía el gran Nicolás Poliansky. Tenía razón.