El perfume del sueño

La ansiedad de unos ojos bien abiertos aguarda a que suene el despertador. Alfredo repasa los movimientos que deberá hacer para apagarlo: extender el brazo derecho, abrir la mano, presionar los dedos sobre el plástico, el clic de la perilla y recién entonces regresar al silencio de la noche. Porque aunque no sea de noche y el mundo comience a moverse, Alfredo sólo quiere retrasar el momento en el cuál Jimena, ya despierta, dará media vuelta para besarlo. Ella no sabrá por qué lo hace, la discusión de ayer concluyó en ideas claras y a ninguno le quedan dudas de lo que pasará en un rato. Sin embargo, como si de todos modos hubiera que fingir hasta el último momento, Jimena lo besará con ternura y, una vez más, Alfredo escuchará las palabras de siempre, esa voz que duele, que levanta los recuerdos del lugar donde se esconden, que lo lleva a los sitios donde fue feliz, el camino de todos los días, el café, los labios de Jimena que se acercan, el perfume del sueño, la mano en la cara, ayer no te afeitaste, como si le importara, como si fuese necesario recordar la rutina, como si no bastara con lo dicho, esa boca que hace horas pronunciaba la derrota ahora lo mira con ojos propios hasta desnudarlo. Alfredo la observa, dos cuerpos que se tocan, el calor de la piel que aún duerme, el recuerdo, los detalles, el lunar, la imagen exacta de su cara en el espejo. Jimena le dice buenos días y él sonríe como siempre: las mismas cosas de la misma forma, el pelo de Jimena cubre la cara de Alfredo, narices que se tocan. El podría describir la escena mil veces sin olvidar ni un sólo detalle. Uno sobre el otro, miles de veces, forman una sola mentira. Alfredo piensa que ella sabe, imagina, pero no lo dice, para qué, si al final ella cree que es mejor evitar, ser la misma por algunos minutos para después volver a convertirse en la persona que es: volver a los mismos distintos lugares, las cuentas pendientes, el silencio, la diversión de lo nuevo, la cobardía. Alfredo la mira y ella piensa que no está bien recordar mientras lo besa. Jimena le acaricia la cara, el pelo, él la abraza para evitar la discusión que comenzaría con un qué te pasa y un nada. Por eso también evita decirle que está incómodo, unas manos que no son de él, acarician una espalda que sí es de ella, y la cara de Jimena ahora se hunde en su hombro, le roza la mejilla, y finge un cansancio que ambos saben que no tiene, pregunta la hora, mejor pongo el agua para el mate, y Alfredo sabe lo que tiene que decir y sin embargo calla. Jimena vuelve a su lugar en la cama y su mano queda sobre el pecho de Alfredo. El la mira y piensa que ella tampoco siente que esa mano le pertenece, no la mueve, y Alfredo dice mejor nos levantamos, se va a hacer tarde, sí, mejor. Después silencio. En la habitación, una luz que apenas molesta deja ver el cuerpo de Alfredo que sale hacia el baño. Jimena persigue el eco de los pasos en la alfombra y espera que él cierre la puerta para levantarse, caminar hasta la cocina y repetir lo mismo de todos los días. El la imagina con la vista perdida en el fuego de la hornalla, sabe sus movimientos, la conoce. Jimena piensa que él ya debería haber terminado, retrasa la salida para ganar tiempo, para no enfrentarla. Por fin se escucha el sonido de la canilla que gira, los pasos sobre el suelo mojado. Alfredo aparece, Jimena lo mira y casi por costumbre dice: tomá mi amor, y estira la mano con el mate caliente. El la mira sorprendido por el gesto y ella lo nota. Se acercan, las manos se unen y por unos segundos los dos creen que todo es lo de siempre, que ayer sólo fue otra de las discusiones habituales, que mañana será igual que antes de ayer. Alfredo termina el mate y la mira con intención de decir algo, ella lo siente y no quiere preguntar, el silencio se hace insoportable y Jimena lo abraza, otra vez el perfume de la piel, la memoria del tacto, el pelo en la cara, los cuerpos unidos, y Alfredo dice te quiero. Jimena lo mira, lo mismo de todos los días, yo también te quiero.