El próximo casillero

La habitación es pequeña y el humo del habano forma en el aire una nube densa. ¿Cubanos? pregunta Miguel. Así es, dice Jorge y lo invita a sentarse. Dos sillones de cuero negro en el centro del ambiente, una mesa ratona, un tablero de ajedrez, dos vasos, una botella de ron. Jorge le ofrece hielo y, sin dejar de mirarlo, Miguel contesta que no. Paredes blancas, algunos cuadros que no reconoce (nunca se interesó por el arte), una lámpara de pié apenas ilumina el resto de los muebles. Si se le ofrece algo no dude en hacérmelo saber, dice Jorge mientras se acomoda en el sillón y cruza las piernas con cuidado para no golpear nada. Miguel mueve la primera pieza.

Se toman algunos minutos para pensar cada jugada. Caballo alfil cuatro. Peón por peón. No se miran. Miguel dice que comprende la situación pero que él no es responsable de las decisiones de los demás. Jorge sabe que no debe apresurarse a responder y, sin embargo, contesta que de todas formas, en circunstancias tales, resolver los conflictos entre caballeros es lo adecuado. Peón cuatro Dama. Quizá, dice Miguel y piensa su próximo movimiento. ¿Sería demasiado preguntar por sus gustos? dice Jorge mientras sigue la mano de Miguel que mueve la Reina a posición ofensiva. De ningún modo, contesta Miguel satisfecho de su estrategia.

¿Syrah o merlot? Merlot. Caballo tres Alfil Rey. ¿Un libro? Ficciones, de Borges (idiota, piensa). ¿Poesía? No por ahora, pero es una materia pendiente. Ya veo. Peón cuatro Caballo Dama. Miguel termina el ron y el ardor en la garganta le recuerda que debe permanecer concentrado. ¿Un autor? ¿Qué género? Quitemos la poesía y cambiemos la pregunta: ¿un género? Le resultará extraño pero tengo una fuerte fascinación por los libros de física. ¿Física? Así es, me parece sencillamente admirable la posibilidad de construir el mundo a partir de números y vectores. Caballo Dama dos Dama. Qué curioso, yo lo hacía un típico lector de novelas españolas. Se equivoca.

Jaque. Miguel piensa el movimiento defensivo, con la vista recorre las piezas de marfil que parecen dormir sobre el tablero. Imagina que él mismo se encuentra de pie sobre ese tablero y se siente vulnerable ante la mano que lo toma por la espalda y lo coloca en el próximo casillero. Buena jugada, dice. Jorge asiente y le dice que la primera vez que lo vió a la salida del cine, pensó que todo acabaría de esta forma. ¿Le gusta aclarar las diferencias mediante el juego? pregunta Miguel. No lo veo como un juego, más bien es una manera civilizada de entenderse. ¿Usted cree que lleguemos a entendernos? dice Miguel. Quizá no, pero de todas formas alguno de los dos deberá renunciar.

Miguel decide que perder el alfil es un costo razonable. Jorge lo mira y fuma en silencio. ¿Más ron? pregunta. No, para mi está bien. Suspira. ¿Si llegase a perder la partida, en verdad piensa dejar las cosas como están? Soy un hombre de palabra, antiguo si se quiere, pero de todas formas a esta altura es una posibilidad poco probable. No se confíe mi amigo, ya ve que las cosas nunca son lo que parecen. Dígame usted cómo son las cosas, dice Jorge. Caballo tres Alfil Rey. Creo que no es momento de hacer confidencias, pero si insiste puedo decirle que mis intenciones son, ante todo, serias. Eso está claro, pero quizá deberíamos escuchar la tercera posición. Quizá.

Pocas fichas en el tablero y la voz de Jorge: usted y yo somos dos hombres de palabra. Mi abuelo pensaba, dice Miguel, que en el mundo hay dos clases de hombres: los que cumplen su palabra, y lo que no son hombres. Alfil cinco Caballo Rey. Las clasificaciones binarias tienen estilo, dice Jorge y sonríe. Mi abuelo era un hombre de palabra, dice Miguel. No lo dudo, lo que digo es que las oposiciones son evidentes: blancas negras, Borges Arlt, socialismo capitalismo, en fin, los ejemplos son infinitos. Peón tres Torre Dama. No sé si comprendo a dónde quiere ir con todo esto. ¿No cree que usted y yo somos opuestos unidos por un fin común? Es una curiosa manera de ver la situación, dice Miguel. Peón por Peón.

Una mala jugada coloca a Jorge en posición defensiva. Jaque, dice Miguel (le gusta la palabra jaque, Jorge diría que tiene estilo). Por primera vez Jorge abandona el habano y se acerca al tablero. Rey dos Rey. Jaque mate, dice Miguel (excelente, piensa). Jorge vuelve a tomar el habano y se acomoda en el sillón. Muy bien, así terminan las cosas, dice. ¿Cómo sigue esto? pregunta Miguel. No sigue, hasta aquí llega el acuerdo, la decisión es suya. Me retiro entonces, ha sido un gusto compartir el juego. Lo acompaño hasta la puerta. Se dan la mano con fuerza. Buenas noches, dice Miguel. Quizá mi final era más digno, pero si vuelve a acercarse a mi mujer lo asesino, dice Jorge y cierra la puerta.