Me lo contó un amigo de mi viejo, que además fue el arquitecto de la casa donde viví hasta los 18 años. Teníamos que hacer tiempo unos minutos y como el día no estaba para andar de paseo me dijo: entremos al auto, te voy a contar una historia.
El había estudiado en la Universidad de La Plata. Era la Argentina de los años 60 y todos estaban a favor de algo y en contra de todo lo demás. Me contó que en la Facultad de Arquitectura había 3 partidos políticos: troskistas, marxistas y conservadores. Yo estaba con los marxistas, claro, me dijo. Lo supuse, pero fue lindo escuchar el orgullo en la voz.
Años después de recibido la vida lo llevó a Mar del Plata donde en sus comienzos tuvo un estudio con dos socios: uno troskista y el otro conservador. Ambos contrincantes políticos de los años de estudio, ambos de la misma Universidad. Ninguno estaba de acuerdo con las ideas de ninguno, pero todos se respetaban porque los unía el trabajo.
50 años después algunas cosas cambiaron. Tiempos de todos contra todos, de poca paciencia, de odio sin razón. Tiempos sin argumento, de mucho insulto y muy poco respeto. Hablamos de grietas, se pierden amigos, se rompen lazos y cualquier fulano es experto en política internacional. Si hablás fuerte en el bar, seguro que alguno te explica todo y te asegura quién va a ser el nuevo líder político por los próximos 900 años.
Porque no hay nada más conveniente que un país dividido, no en dos, no en 3, en infinito. Porque si hay más de dos de acuerdo es un potencial problema. Porque no hay nada más peligroso para la política que un pueblo que razona, que negocia diferencias, que respeta opiniones y que está de acuerdo en lo básico: respetar las ideas de los demás es el principio de todo crecimiento.