Buenos días, ¿qué va a tomar? dijo el mozo sin reparar en que Claudio leía concentrado unos papeles. Qué tal, buenos días, un café en jarrito, por favor, dijo Claudio y por primera vez levantó la vista. El mozo se alejó sin decir nada y Claudio pensó en que debía ser el dueño del lugar, porque no vestía ni pantalones negros ni camisa blanca. Cuando terminó de leer, firmó la hoja: la firma es lo que más cuesta, pensó. Sonrió conforme, completó los datos del remitente y destinatario, dobló el papel y lo metió en el sobre para guardarlo en el bolsillo del saco. Aquí tiene, señor, dijo el mozo y dejó el jarrito y el vaso con jugo de naranja frente a Claudio, quien agradeció con un gesto y comenzó a mirar por la ventana. Cuatro años es mucho tiempo, pensó. La gente caminaba rápido por la vereda y todos tenían cara de preocupación. Le gustaba mirar fijo a las personas y encontrar en sus gestos rasgos particulares, los movimientos de las manos, detalles que el común de la gente pasaba por alto pero que él encontraba interesantes. Siempre creyó que uno podía conocer las intenciones de una mujer si analizaba el movimiento de las manos, al tomar café o al encender un cigarrillo. La idea le dio ganas de fumar. Se acomodó mejor en la silla y encendió un cigarrillo. En la vereda, un niño caminaba de la mano de una señora que podía ser la abuela. Los miró fijo y volvió a pensar que cuatro años era mucho tiempo. Detrás de ellos una mujer rubia hizo un gesto con la mano y Claudio tardó algunos segundos en reaccionar. Contestó el saludo con una leve inclinación de cabeza y apagó el cigarrillo. La mujer sonreía y con un gesto le dio a entender que entraría al bar. El bebió un poco de café y, cuando la mujer estaba cerca, se incorporó para saludarla. No puedo creerlo, que casualidad, ¿que hacés por acá?, dijo la mujer y se detuvo a medio metro de Claudio, que comenzó a sonrojarse, un poco por timidez y otro poco porque, pese al esfuerzo, no encontraba palabras para esa situación. Claudio, soy yo, Paula, ¿te acordás?, dijo la mujer y le dio un beso en la mejilla. El sutil roce de la piel, el perfume que nunca le gustó, la mano de ella sobre su hombro, la distancia entre los cuerpos, los ojos siempre tristes. Qué casualidad, dijo Claudio y notó que cualquier otra elección hubiera sido más feliz. ¿Cuánto hace… tres años?, dijo Paula. ¿Tanto? dijo Claudio y la invitó a sentarse. Ella pidió un cortado y él preguntó desde cuándo tomaba café. Algunas cosas cambian, dijo ella. Hay otras que no pensó él y dijo: es verdad. Claudio le miró la mano izquierda. ¿Todavía vivís en la casa de Palermo?, dijo para evitar el silencio. Me mudé a Olivos hace unos años, dijo Paula y notó el cambio de expresión en el rostro de Claudio. Horas, minutos, segundos. En situaciones así, el tiempo se cuenta en segundos, pensó. Bueno, contame de tu vida, te casaste, terminaste la carrera, tres años, cómo pasa el tiempo dijo Claudio y apagó el cigarrillo. Ella sonrió con desgana y pensó unos segundos antes de hablar. Terminé la carrera, algunos viajes, trabajo aburrido, vida en familia, la verdad no puedo quejarme, pero contame un poco vos, ¿seguís enamorando chicas distraídas?, dijo Paula. A Claudio le molestó la palabra distraídas. Se hace lo que se puede, pero por suerte estoy bien, sin complicaciones, dijo. Ambos entendieron el silencio. Durante algunos minutos hicieron el esfuerzo de mantener una conversación fluida, sin mirarse a los ojos, sin sonreír demasiado. Las novedades se agotaron pronto y todo terminó en el silencio molesto que marca el final de los encuentros, cuando nada queda por decir o cuando lo que resta es mejor evitarlo. En fin… dijo ella. La ventana, la calle, el recuerdo del niño con su abuela, cuatro años es mucho tiempo, café, la calle, una puerta, correr, cuatro años. Claudio la miró: ¿sabés? esa noche yo no quise decir que vos… Paula lo silenció con un gesto. No hace falta Claudio, los dos sabemos. Es verdad, bueno, no quiero retrasarte, debes estar apurada, dijo él con la vista en la mesa. Sí, ya es tarde, mejor me voy, dijo Paula y buscó en su cartera. Por favor, yo invito, dijo Claudio. Bueno, muchas gracias. Se saludaron con un beso en la mejilla. Claudio encendió otro cigarrillo que fumó en silencio mientras miraba cómo el cuerpo de Paula se mezclaba entre la gente. ¿Otro café, caballero? dijo el mozo al retirar de la mesa las tazas vacías. Mejor un whisky, dijo Claudio. Cuatro años, pensó. Bebió el whisky, terminó el cigarrillo, pagó y se fue. Caminó algunas cuadras con la vista en el suelo y las manos en los bolsillos. Se detuvo en una esquina y observó largo rato un cesto de basura. Con movimiento pausado, tomó la carta del bolsillo del saco, leyó varias veces el destinatario y antes de soltarla dijo: cuatro años es mucho tiempo. En otra esquina Paula esperaba el colectivo que la llevaría a su casa de Palermo, donde desde hacía cuatro años aún vivía sola. Con el dedo pulgar recorrió el borde del anillo, es mucho tiempo, se dijo, y lo quitó para volver a colocarlo en el mismo dedo pero de la otra mano.
Mucho tiempo
Publicado por Sebastian Barrenechea
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