Sus amores

Fue el mismo fulano que una tarde me regaló una piedra para que cuidara mi energía. Nunca supe su nombre. Tal vez me lo dijo y no lo recuerdo porque toda mi memoria quedó limitada a esta historia, mitad verdad, mitad no tengo idea.

Era una noche igual a muchas otras en Dominical, Costa Rica. Salí del hotel a tomar una cerveza y comer algo antes de ir a dormir. Al mismo bar de siempre. Cuando llegué había unas diez personas, algunos en la barra, otros en las mesas. Me senté en la barra y ahí estaba el artesano, tomando una corona.

Me saludó con una mínima inclinación de cabeza y correspondí de igual forma. ¿Cómo va esa energía? Supongo que bien, dije por decir. ¿Ahogando penas? me preguntó. No, celebrando por pura inercia, espero haber dicho. Y así como pasan las cosas que pasan porque sí, empezó.

Tuve tres mujeres, dijo sin levantar la vista de la cerveza y con una sutil sonrisa que suponía algo de nostalgia. Y tengo dos hijas que nunca vi. Eso ya había sonado algo más triste, hasta para un tipo como yo que no tiene hijos y que apenas puede con su papel de hijo.

Todo lo que vino después, fue increíble. O una mierda. Son esos momentos que uno recuerda por el resto de su vida. A los que le va agregando detalles inventados porque aumentan lo que ese día era imposible de aumentar. Uno se siente diminuto ante la tristeza de alguien que quiso todo lo que es posible querer.

Al principio era yo solo, después se arrimó el camarero. Y la camarera. Y después dos gringos que no entendían mucho español pero que sabían leer tristeza en caras. Después un par de locales. Al final éramos unos ocho, a puro silencio, a puro escuchar.

Yo la quise tanto, dijo y sonó tan simple, tan cierto. Pero ella era una mujer de esas que no hay dos. No la merecía. Nunca merecí que algo así me quisiera. Me fui. Un día me fui porque su amor era más intenso de lo que yo podía merecer. Desde ese día la extraño. Incluso desde antes. Todavía la nombro y es como verla. Todavía la escribo.

Durante cuarenta minutos el tipo nos contó el resumen de sus amores. Con tanta tristeza por lo que había perdido que apenas podíamos respirar. Los últimos diez minutos fueron de silencio puro. Ya ni su voz sonaba, era todo nostalgia.

Supongo que al igual que yo, cada uno navegaba sus propias pérdidas. A la sombra de nuestros recuerdos, amamos como nunca, recordamos como siempre habíamos querido y supimos por primera vez, todo lo que habíamos perdido, por orgullo, por idiotas, porque sí.

Años después, todavía siento el frío de esa noche. Ojalá haya querido la mitad de lo que ese artesano había perdido. Ojalá pueda sentir lo que ese fulano sentía cuando recordaba lo mucho que había sentido. Ojalá nunca pierda tanto como el perdió. Porque hay gente que soporta la tristeza con mucha más dignidad que yo. Porque nadie merece estar así de triste. Nunca.