Aprender a callar

Era joven. Todavía lo es cuando sonríe. Jugaba al fútbol. Ya no lo hace. Dice que decían que era bastante bueno. Y hasta le daba para capitán, aunque hablaba mucho.

Me cuenta mi viejo que en sus años de fútbol él era uno de los buenos, pero tenía la costumbre de no cerrar la boca nunca. Sus compañeros vivían acosados por las órdenes. Mi viejo entendió que cambiaba o lo cambiaban.

Y como le habían enseñado que al carácter se lo acomoda con acciones, el siguiente partido salió a la cancha amordazado. Se ató un pañuelo detrás de la cabeza y mordiendo órdenes jugó como nunca había jugado.

No recuerda si ese primer partido lo ganaron o lo perdieron pero recuerda que nadie dijo nada y todos estuvieron de acuerdo en que esa había sido una buena idea. Porque así son las buenas ideas. Calladitas. Dicen con lo que hacen.

Y así aprendió mi viejo que a veces es mejor callar. Porque no todos escuchan al mismo tiempo y no siempre tenemos algo bueno que decir.