Los orígenes del mal

Me gusta cuando los eventos se anidan y dan lugar a determinadas situaciones que no podrían haber pasado de otro modo. O tal vez sí, pero prefiero pensar que la realidad es el resultado de pequeños actos que a simple vista o por sí solos no dicen mucho, aunque combinados hacen de la vida un continuo sin sentido hermoso.

Me compré un libro en la estación de trenes de Atocha, en Madrid, porque mi cerebro no podía procesar el hecho de estar en un tren, y no tener un libro que leer o un papel donde escribir. Y como escribo en la computadora y no la tenía conmigo, opté por el libro. La señora que me atendió dijo que llevara un best seller de un suizo que no conocía y por no ponerme a inventar argumentos, lo compré.

Resulta que contra todo pronóstico el libro no es para nada malo y hasta recuperé algunas frases que me gustaron bastante. Es la historia de amor entre un escritor algo mayor y una joven camarera a la que le dedica su novela de mayor éxito: los orígenes del mal.

Las últimas dos semanas me llegaron noticias de gente cercana que había perdido a sus padres por diferentes causas. Mi viejo cumple hoy 75 años y estamos a 10,565.78 kilómetros. Le mandé un mail, lo llamé, pero uno se queda con ese sentimiento extraño de saber que a él le hubiera gustado, quizá más que a mi, poder cenar en familia.

Hoy mientras esperaba el almuerzo en un bar frente al hotel, leí:

“- Harry, ¿por qué los escritores están siempre tan solos? Hemingway, Melville… ¡Son los hombres más solitarios del mundo! – No sé si los escritores son solitarios o es la soledad la que empuja a escribir.”  La verdad sobre el caso Harry Quebert, Joël Dicker.

Y no se si habrá sido eso o que tengo tiempo para pensar, o la combinación de todo lo anterior,  la cuestión es que tomé conciencia de lo poco que se de mis viejos. Se lo básico claro, pero ahora se me ocurren tantas preguntas, tantas situaciones en la que podría escucharlos que supe que tenía que escribir historias de ellos. Que de alguna manera son las historias que dan origen a mi vida, y que luego le dan forma y que ahora le dan razones para querer escribirlas.

Así que en este solemne acto, en el día del cumpleaños número 75 de mi querido padre, me propongo escucharlos y escribir de lo que tengan ganas de contarme. Por todo lo que no los escuché antes y porque tal vez sea mi humilde forma de darles las gracias por tanto.