“Somos lo que hacemos, con lo que hicieron de nosotros”.
– Jean-Paul Sartre
Me lo contó mi viejo que se lo contó un amigo que se lo contó la tía, que supo ser ama de llaves de una de esas familias importantes de una Argentina de hace no tantos años.
El caballero no era un buen hombre, o al menos eso decían los que de cerca veían el trato que el caballero tenía con otros hombres. Sobre todo si los otros hombres no eran tan caballeros como él.
Un buen día el caballero manejaba una ruta desierta, dicen que camino a una fiesta de gala y tuvo la suerte de pinchar una rueda. De smoking y sin demasiadas habilidades para la tarea, de pié en el silencio de una ruta sin almas, el hombre analizaba.
Otro hombre se detiene al ver el imprevisto. Con toda la humildad de los no tan caballeros, le ofrece cambiar la rueda. Dicen que dijo, para que no se ensucié usted. Gracias dijo el caballero y sin demasiado entusiasmo, buscó en su billetera lo suficiente para cubrir el esfuerzo.
Cuando todo estuvo en orden, el caballero le ofreció el dinero que el hombre no aceptó. ¿Cómo le voy a cobrar? dijo, es un favor. Y no hubo insistencia que valga.
Cuenta la tía que al día siguiente, el caballero estacionó un camión en la puerta de la casa del hombre. Y tampoco hubo insistencia que valga.
Pasaron los días y el caballero encontró en devolver favores, una buena razón para ser un mejor hombre. Y se volvió un referente de esos años en cómo tratar a otros hombres, sean o no, igual de caballeros.
A veces no somos lo que queremos. A veces somos lo que vimos. Y hasta que no vemos lo que nos gustaría, no sabemos que podemos ser algo que no somos. Así de fuertes son los ejemplos.