“Ojalá nunca hayas leído nada de lo que te he escrito, porque me destrozaría saber que a pesar de eso no me has buscado.”
La Falta de voces
Mi viejo me habló siempre de la soledad como algo a buscar. Un lugar de encuentro. Un espacio de silencio donde nada te juzga.
Mi viejo habla poco, con pausas largas y miradas sinceras. Nunca había pensado en el dolor que tiene que haber atravesado para mirar así.
El silencio a veces tiene nombres. La soledad falta de voces.
Demasiados años
Ese día se despertó triste. Todavía era temprano para suponer. Preparó mate con las primeras luces de una mañana que años más tarde haría lo imposible por olvidar. Todas las pausas de aquellas noches tenían algo suyo. No había espacios vacíos aunque no hubiera nadie en ningún lado.
Horas lentas como tardes sin mirarla. Sentía venir la pena desde un lugar distinto. La esperó en silencio. Sabía que el dolor era parte del proceso y estaba dispuesto a vivirlo con toda la dignidad que le quedaba. No era mucha, pero era suficiente.
La despidió como tantas otras veces. Con la esperanza de volver a verla. Pero sabía que por mucho que intentara mentirse, esta vez era la última. No hubo preguntas. Ninguna podía responderse con palabras.
A veces la soledad y el silencio se dan la mano y nos dicen que lo simple es siempre lo que más duele. Una noche sin su pelo. Un espacio demasiado largo sin su voz. El silencio será siempre no escucharla, la soledad no verla dormir.
Esa noche me dijo que la extrañaba hacía demasiados años. Tomamos vino y lo vi morir. No supe qué hacer para respetar su duelo. Nada paraliza más que el dolor cuando no puede explicarse. Eso no es amor, pensé. Y no lo era. Eso no tenía sustantivos.
A la mañana siguiente lo vi reír distinto. Más viejo. Más triste, me dijo, y agregó, triste está bien, puedo con eso. Lo otro era imposible. Nada más tremendo que haber sido testigo de la lenta agonía en que dejó de amarme. Eso no hay hombre que lo aguante.
Esa noche murió ella y se llevó la esperanza de una vida que no fue. Se llevó la alegría de unos ojos que no volverían a llorar. Se llevó las palabras que explicaban el amor que nunca pudo decirle.
Yo todavía ando medio triste de recuerdos.