Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela. Antes de morir, le reveló un secreto: la uva -le susurró- está hecha de vino.
Marcela Pérez-Silva me lo contó, y yo pensé: si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.
Eduardo Galeano, El libro de los abrazos.
Ya habíamos recorrido el museo y pasado largo rato hablando en el lugar donde trabajaba. Un espacio enorme en lo alto de la edificación que mejor vista tiene del valle. Había papeles por todos lados, en piso, sobre las mesas, en las paredes. Yo quería tener tiempo para mirar, pero recordé que hay cosas que existen para ser vividas y que no importa si uno recuerda los detalles mientras recuerde el sentimiento de bienestar que le produjo vivirlo.
Cuando salimos de su taller le pregunté si lo podía invitar a cenar y me dijo que sí en el instante. Le dije que compraba vino porque ya me habían comentado que Cruz se tomaba en serio la vida. Quería preguntarle si le gustaba algún vino en especial y se empezó a reír.
– Sebastián, yo para el vino soy comunista. Tomo vino común.
– Y mucho, agregó para despejar dudas.
Esa noche tomamos y brindamos por todo lo que se podía brindar. Fue uno de esos instantes en donde uno sabe con certeza que está vivo. Que todo lo que pasa es lo que es. No hay simulaciones. Nadie quiere mostrar cosas que no son, decir lo que no existe.
La gente simple, que dice lo que siente y hace lo que dice, es un vicio que pone el mundo en pausa y alegra la vida. Esa gente abraza con una sinceridad que no puede explicarse.