La noche que aprendí a querer

Siempre es tarde cuando la noche duele. Cuando las horas no terminan y mañana nunca llega, ella dice las palabras que el viento no supo mentir.

No hay lugar que no habite algún gesto que dijo lo que yo necesitaba. Todos los recuerdos tienen algo que la nombran y nada pasa si ella no dice lo que siente.

Todavía camino los rincones de la casa y no estoy seguro si veo lo que escucho.

Pero nada de esto es importante, porque lo único que dice lo que somos, son los actos que al hacerlos, explicaron lo que sentíamos.

Todas las noches, sin importar el frío o el cansancio, mi vieja despertaba a la hora justa para sentarse a mi lado y decirme las palabras que años más tarde darían sentido a tanta soledad.

Era un libro pequeño, una historia de esas que siempre terminan bien. Una familia de animales que adoptaban un cachorro de otra especie y a fuerza de amor y mucha paciencia, lo hacían parte de su familia.

Todas las noches, las mismas palabras, la misma cadencia en la voz agotada de una madre que enseñaba lo más simple y tal vez lo más imposible: amar sin esperar nada a cambio.

Cuando años más tarde le pregunté a mi vieja si yo era adoptado, su respuesta fue inmediata, segura, firme, digna: claro me dijo, como el cuento que te leía cuando eras chico, ¿te acordás?

Me acordaba. Me acuerdo todavía. No del cuento, eso era lo de menos. Me acuerdo del amor, del beso en la frente cuando ella pensaba que estaba dormido. Del sonido de su respiración cuando pasaba las hojas de un libro que ya no tenía voz de tanta letra repetida. De la paz en el aire de aquella habitación de un niño tan sobrado de amor que no supo qué hacer con la tristeza la primera vez que le rompieron el corazón de tanta realidad.

Me costó años entender que el mundo no era como me lo habían mostrado. Años de esperar gestos de personas que no hacían lo que decían, que no sentían lo que hablaban. Siglos de suponer, de practicar la paciencia como escudo ante un universo repleto de personas que no hubieran entendido la mitad de sus palabras.

Porque todo lo que dijo tuvo un único sentido, tan básico y tan simple que parece poco importante. Y al final de cuentas, ¿qué es una madre sino el mapa que indica los caminos del amor?

Yo sigo tratando de entender las palabras que dijeron lo que hacía. Ojalá el amor que supe dar en esta vida haya sido suficiente para ser digno del amor que recibí desde que existo.