Amaneció tan lento que ya casi era de noche cuando le dijo que la quería. Estaba todo detenido. No había nada fuera de lugar y todavía ella pensó que si no respiraba él quizá fuera cierto. Los dos entendieron sin que ninguno dijera palabras que no hacían falta y hubiera sido hermoso que alguien suspirara por ambos. Pero tampoco había motivos para nada que no fuera mirarse y disfrutar.
No me gustan las despedidas, dijo ella para empezar a terminar lo que ambos pensaron que sería el último día de abrazos. Hay veces que el tiempo es lo de menos. Hay distancias que tienen la forma de un después no siempre suficiente. Hay espacios que sólo llena un mañana con algo de forma. Hay elementos muy concretos que están en lugares exactos y que determinan la memoria de todo lo que importa.
Pero no había nada detrás del silencio que separaba el hoy de lo que tal vez no llegaría a suceder y por eso él le dijo que ya estaba bien. Que la vida era poder verse a uno mismo en esos momentos en donde ser feliz era la única esperanza. Que dejar de ser felices por saber si mañana lo seguirían siendo era la razón principal de la falta de coraje y que no había nada en el mundo que no fuera posible si ella lo miraba en ese instante.
Fue el abrazo más sincero y más dulce que él había sentido y supo que después de ese momento, el idioma no estaba en las palabras. Toda la vida había tratado de escribir motivos y detalles del amor pero ella se lo explicó todo en silencio y sin intenciones. No tuvo que volver a preguntar y todo fue tan cierto que tardó algunos segundos en sentir lo que sentía. Seamos felices mientras somos felices, recordó y cerró los ojos.
El cielo tenía el color de una tarde que no vería. El día entero duró lo que ella tardó en caminar los pocos pasos que había entre ese abrazo y una puerta que ya no volvería a cruzar. El silencio tenía sustancia. Podía navegar el vacío como si hubiera dejado una estela de sonido en la memoria de las palabras que le habían dicho hasta luego con tanta simpleza que no entraba en ningún lado del amor.
Lo demás fue un espacio donde lo único que habitaba las tardes, eran los colores que marcaban una distancia tan helada como el silencio más oscuro. Pero ella sabía que el tiempo termina de dar sentido incluso a las palabras que nunca fueron dichas. Sobre todo a esas, pensó mientras caminaba lo que sería la primera mañana del resto de sus vidas.