No es viento lo que suena

Estaba sentado en el ayer, debajo de un árbol en el otoño más hermoso que nunca pasó. Algunas manchitas de sol entre las hojas que aún resistían, dibujaban escenas de su vida en un pasto todavía húmedo por una noche más larga que su propio deseo. Había aprendido a sufrir en la distancia de un amor que le dijo que no. Pero el tiempo había puesto todo en su lugar y hoy sabía de las cosas que duelen y ya no tenía miedo ni en sus tardes más terribles.

Era una mañana cálida. Una brisa suave con aroma a después y a restos de mar le daban el marco de continuidad con algunas hojas que caían como recuerdos bien definidos. Movió los pies y se dijo: no es viento lo que suena y tampoco es otra cosa. Había leído que no todo es viento y desde ese día cada tanto percibía algo que no lo era. No sabía qué era, pero sospechaba que no había que averiguarlo.

Respiró profundo, sintió el aire entrar y salir de su cuerpo. Una paz que ahora le era propia lo acarició sin avisarle y sonrió porque no tenía motivos para hacer otra cosa. La muerte siempre a la izquierda, pensó, esto es sólo un paseo. El amor lo estaba aprendiendo de unas manos que lo acompañaban con tanta suavidad como le era posible comprender y con una sonrisa tan limpia y honesta que sólo de verla suspiraba sin apuro.

Todos partimos, esa es la parte fácil. Lo difícil es andar sin pensamiento. La mañana era un tango simple y las imágenes en su interior pasaban como olas bajitas que acompañan un silencio de mar. Eso lo dijo en voz alta mientras asentía con la cabeza: el mar está hecho de silencio. Por eso callamos cuando nos vamos acercando, un poco por respeto, por admiración, pero casi todo porque el mar enseña a callar.

No tenía nada que hacer y eso le generaba una sensación de comodidad constante. Hubo tiempos de ansiedades desmedidas que le habían enseñado que nada es tan importante como disfrutarse sin culpa, amar sin miedo y besar sin prisa. Eso último lo había leído en algún lado, pero le gustaba y lo repetía como si fuera propio porque le gustaba eso pero también el sonido de la “s” en las tres palabras. Una cadencia hermosa como la del propio beso que despierta deseos de otros tiempos.

Qué lindo es vivir, pensó. Hubo un tiempo en donde los acontecimientos le había hecho perder un rumbo que tal vez nunca había sido muy definido. La distancia de esos días le daban una perspectiva de poca importancia y dijo: cuando duele, duele. Ahora no dolía y los recuerdos le dejaban un sabor dulce en los labios. Se incorporó, caminó unos pasos y miró hacia atrás como despidiendo un momento hermoso de una época que a la distancia, era la razón de tanta felicidad sin motivo.